El objetivo inicial del experimento conducido por Walter Mischel, psicólogo austriaco que actualmente vive en Estados Unidos y es docente de la Universidad de Columbia, era determinar los procesos mentales que les permiten a algunas personas retrasar la gratificación. Después de publicar algunos artículos sobre los estudios en los sesentas, Mischel se trasladó a otras áreas de la investigación de la personalidad. Pero en 1981, inspirado por las diferentes personalidades que habían desarrollado sus hijas y círculo de amigas, quienes habían sido parte de los experimentos en la década del ‘60, decidió evaluar el progreso de los niños que fueron parte de aquel experimento inicial. Envió un cuestionario a todos los padres, maestros y asesores académicos de esos adolescentes que, para ese entonces, estarían finalizando la educación secundaria. Preguntó por todo lo que se le ocurrió: su capacidad para planificar, pensar en el futuro, hacer frente a los problemas y llevarse bien con sus compañero y también solicitó sus puntuaciones en S.A.T. (examen que hacen en Estados Unidos para evaluar cuán preparado está un estudiante para la universidad). Para sorpresa de Mischel los niños que habían comido inmediatamente la golosina eran más propensos a tener problemas de conducta, tanto en la escuela como en el hogar, y sus puntuaciones en SAT eran bajas. Por otro lado aquellos que habían esperado quince minutos o más para recibir su segunda golosina tenían puntuaciones muy superiores a la media. Estos estudios y muchos posteriores demostraron la importancia de la capacidad de postergar el placer y de tener control de los impulsos en la formación del carácter, la personalidad y el posterior éxito tanto académico como emocional y social. Así que, aunque Carolyn nunca supo a qué grupo perteneció porque los resultados eran confidenciales, podemos inferir que fue de los afortunados 30% que pudo esperar el segundo dulce porque hoy es graduada de Stanford, tiene un postgrado en Psicología Social en Princeton y es docente en la Universidad de Puget Sound.
Los seres humanos nacemos con una total incapacidad de esperar para satisfacer nuestras necesidades. El llanto implica: alimento, ropa seca o calmar un dolor ¡ya! A medida que vamos madurando y volviéndonos autosuficientes, aprendemos también a doblegar nuestros instintos innecesarios de satisfacción, y en esto influyen muchísimo nuestras condiciones sociales y familiares. Cuando Mischel hizo estudios de retraso de la gratificación con niños de familias de bajos ingresos en el Bronx, se dio cuenta de que su capacidad para controlarse era inferior a la media. Su explicación es que cuando una persona crece en la pobreza, es posible que no postergue su satisfacción porque ve muy lejanas o improbables las posibilidades de satisfacción futura.
La importancia de aprender a dominar el placer propio inmediato es fundamental para lograr satisfacciones mayores en la vida. En el campo de la Economía los argentinos no tenemos una historia ejemplar de progreso (a pesar que las condiciones favorecedoras fueron y son muchas) y, al igual que todo el mundo, estamos estimulados a consumir y definirnos por nuestras posesiones desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, y a veces, hasta en los sueños. Algunas personas son hedonistas impulsivos que viven el momento y nunca piensan el futuro. Otros ahorran toda la vida y jamás disfrutan su fortuna. Lo ideal es aprender a identificar cuando postergar es sano y cuándo deja de serlo. Lo que no hay duda es que doblegar nuestro instinto de placer inmediato es un ejercicio que debemos practicar diariamente. Dominar el deseo de mirar televisión antes que estudiar sin dudas nos ayudará a progresar en nuestra formación. Ahorrar parte de nuestros ingresos para comprar una casa o un terreno en varios años generará mucha más tranquilidad y satisfacción que tener mañana ese nuevo TV smart 3D o la nueva cartera que cuesta un sueldo entero pero distribuido en cómodas cuotas con la tarjeta “ni se nota”.
Para aquellos que son padres, Mischel sugiere tener rituales simples de retraso del placer tales como evitar los snacks antes de comer, ahorrar el dinero en efectivo que les regalan para comprar un juguete deseado o esperar la hora de inicio de un programa para prender el televisor. Para quienes ya estamos más maduritos, solo nos queda reflexionar sobre los patrones con los que crecimos, identificar nuestras debilidades y fortalezas y trabajar con voluntad y conciencia sobre ellas. Para algunos el placer más difícil de posponer será el helado de chocolate y nueces, para otros evitar gastar más de lo que ganan en cosas innecesarias.
Para finalizar, les dejo el tierno video de los experimentos más recientes sobre “La prueba del marshmallow”.
Fuente: Sabrina Guerrini
Lic. Marcos Gasparutti
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