Un detallado diagnóstico de los males que jaquean a nuestra sociedad, requiere sin lugar a dudas entre otras cosas, un inevitable trabajo de ordenamiento referido a las tareas y obligaciones de las numerosas generaciones participantes.
Las mayores satisfacciones relativas al trabajo, no las he experimentado a través de mi empresa o de acciones en torno a ella, si no a través de situaciones derivadas de mi participación en la actividad gremial empresaria y de las insistentes incursiones en las distintas cámaras, federaciones y agrupaciones con fines superiores.
Justamente, son los fines superiores los que nos encaminan en una racional conducta y en una verdadera acción dirigencial, la cual se corresponde con una gestión eficaz basada en optimizar y potenciar los recursos disminuidos, y generar recursos innovadores y genuinos.
Es indudable que los retos y desafíos de la nueva generación dirigencial, parten de dos pilares tan importantes como trascendentes, administrar con sapiencia y comunicar con claridad.
Y es cierto que muchas generaciones administraron con serenidad y capacidad, tanto en los estamentos públicos, como en los privados. Pero, ¿Que hay de la comunicación? ¿Qué hay de verdadero en todo lo que nos han contado? ¿Qué hay de ficticio en todo lo que hemos escuchado?
Lejos de un análisis apocalíptico, de insurgentes y rebeldes sin causa, las nuevas generaciones debemos continuar embanderados en fuertes convicciones, pidiendo pista y solicitando autorización para el despegue, cada uno en su debido tiempo y lugar.
Por ello, puedo afirmar que el enquistamiento dirigencial, cáncer del atraso y la decadencia de las instituciones, no puede ni debe ser tomado como algo efímero e intrascendente, si no todo lo contrario, como un impedimento del crecimiento natural que la juventud necesita, reclama y proclama en beneficio de la sociedad en su conjunto.
Tiemblan de ira los cerebros y almas agotadas que no supieron hacer un mundo mejor para sus generaciones venideras, que operan en la oscuridad y tejen redes conspirativas de hilos transparentes, no logrando comprender las necesidades del presente y del futuro.
Su pasividad ideológica como consecuencia del temor al cambio y al progreso, los convierte en fuerza de estancamiento profundo, y en principal rutina sedimentaria, felices de sembrar el odio, y posteriormente enmudecidos y avergonzados de cosechar desastres.
Fría y filosa es la daga que penetra en nuestras almas cuando los conductores experimentados conspiran una y otra vez empetrolados en sus sillones, y acostumbrados a activar solo cuando sus cargos corren peligro.
Triste y cobarde es la juventud que se resigna a los embates y estocadas, que mira entumecida, mientras la daga empuja, penetra y vuelve a lastimar.
Triste y cobarde es la juventud que revive tiempos egoístas, que admite colectivamente acciones que rechazarían individualmente.
Triste y cobarde es la juventud cómplice que busca excusas para no embarcarse por miedo a una fuerte tormenta en ultramar.
Es por eso, que el miedo corroe nuestras almas y socaba nuestro espíritu.
Estoy absolutamente convencido que el camino es regar nuestra parte noble y que el esfuerzo al servicio de una causa justa, tarde o temprano alcanza la cumbre, y se estigmatiza en la inmortalidad.
Respetar la diversidad de opiniones y pensamientos nos convierte en seres inteligentes, justos y virtuosos. Pero queda bien en claro que respetar no es sinónimo de aceptar y mucho menos de debilidad, si no todo lo contrario, inteligencia y serenidad en beneficio de una causa mayor.
Quien se involucra en prácticas cotidianas de respeto a los demás, eleva su persona y se respeta a si mismo.
Me preocupa mucho ver de qué manera nos acostumbramos y aceptamos el desarrollo de actos egoístas e irrespetuosos. Tengo la impresión de que gran parte de este mundo está enfermo. Gente insensata, cruel y manipuladora. Pero lo que más me causa espanto es que el resto mira el circo desde una platea llamada resignación, como si todo estuviera bien.
Es inevitable que me manifieste de este modo, aún sabiendo que podría ser una imprudencia, tengo una obligación moral que excede el discernimiento y la razón. Creo que esta perturbación debe ser casual, y me siento feliz por esa casualidad no buscada.
Por ello, creo en los mayores que se basan en la transferencia de conocimiento como demostración absoluta de que compartir nos aleja del egoísmo y las tentaciones que día tras día desechamos, las cuales estimulan nuestros bajos instintos y relucen nuestras peores miserias individuales.
Creo en la juventud con acciones de valor, que desprecian los retorcidos discursos que abundan en el aire, y que fortalecen su voluntad cuando mayor es la hostilidad que los rodea.
Creo en la juventud emprendedora, decidida, audaz y predispuesta a los grandes proyectos, que considera las causas colectivas infinitamente mayor a las individuales.
Creo en la juventud inteligente, serena, pragmática e innovadora, que está dispuesta a designar los valores alrededor de los cuales quiere vivir.
Creo en la juventud que no le teme a las garras de un tigre, a la garganta del diablo, ni a tormentas y tempestades.
Creo en la juventud proactiva, dinámica, veloz y contundente que se le eriza la piel ante un desafío cercano.
No hay fórmula que pueda vencer la participación, la integración y la coexistencia. Ese sí que es gran desafío, es una sensación incomparable y definitivamente excitante.
Que Dios nos libre del veneno de la cobra y haga de nosotros hombres JUSTOS, VALIENTES y LEALES…
porque terminada la partida…
Peón y Rey vuelven a la misma caja.
(*) Del autor:
Gabriel Felipe Chumpitaz, nacido en Rosario – Argentina, 34 años, empresario, consultor, reciente ganador del Premio TOYP (Ten Outstanding Young Persons) Diez Jóvenes Sobresalientes de la Provincia de Santa Fe 2010.
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